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La vida animal que habita en nosotros

  • Consciencia en Movimiento
  • 12 sept 2022
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 14 sept 2022

Tal vez no nos resulta del todo fácil aceptar el funcionamiento de la vida animal o instintiva que nos constituye. Habitamos la carne, con sus propios circuitos de funcionamiento y nuestra biología corporal oficia de receptáculo de lo no físico e interfiere con ello de manera intrínsecamente unida. Es que lo físico y lo no físico representan las dos caras de una misma moneda: el movimiento incesante de lo vivo. Nuestra forma de pensar proviene y afecta nuestra forma de experimentar a través de la carne. Lo biológico afecta el pensar y el pensar afecta a lo biológico como en un circuito de retroalimentación permanente.


Por ello podemos ingresar en el pensar a través de lo físico o podemos ingresar en lo físico a través del pensar. Son una misma cosa. La llave es la creencia y la creencia es una idea a la que le doy valor. Y le doy valor a aquello en lo que decido poner mi atención y mi deseo (ya sea positivo o negativo). Por tanto es una elección de libre o no libre arbitrio, ya sea si esa elección está condicionada por programaciones previas o no. Las programaciones son un conjunto de creencias o formas provenientes de las ideas a las que se les da valor de manera consciente o inconsciente (la mayoría de las veces) y que le dan forma al pensar, al sentir y al accionar. La carne resulta tan programada en sus movimientos, sensaciones y emociones, como nuestra mente. Es necesario recuperar nuestro nivel instintivo más virgen. Ir a las programaciones más básicas del animal humano, para comprender el mayor porcentaje de nuestros determinismos inconscientes. ¿Para qué? En principio para conocer esa fuerza inconsciente que nos mueve, atenderla, comprenderla y hasta trascenderla. Pero no es posible trascenderla si no se la conoce. Y debe conocerse con el amor que merece, como parte altamente porcentual de nuestra existencia, pues habitamos en un cuerpo animal, aunque resulte difícil aceptarlo. Ese cuerpo animal en la medida que se impregne del espíritu que nos constituye podrá evolucionar a nuevas formas.


Mientras lo desconozcamos o afirmemos que no somos un cuerpo, nos perderemos la maravillosa oportunidad de evolucionar a través de esta dualidad (carne-espíritu) que lleva a una tercera opción. En la que está todo por ser creado, como el artista que plasma en la materia el espíritu de su inspiración, dando lugar a su obra de arte. Esa es la tercera opción: somos nuestra propia obra de arte. En el plano del conocimiento no es nuevo el alcance del conocimiento intuitivo-instintivo, aunque haya quedado relegado al ámbito de lo aparentemente más primitivo o poco científico. Casualmente es un tipo de conocimiento que se adelanta o anticipa al conocimiento racional. De hecho los animales reaccionan anticipadamente al humano domesticado, frente a cualquier fenómeno natural que se presenta. La ciencia, como se ha encargado de explicar y además desde determinados moldes programáticos, se ha perdido el conocimiento fresco que surge de las sensaciones del que experimenta en el presente.





Pues ellas no son cuantificables ni explicables en muchos casos. Y cuando se la intenta explicar, el fenómeno ya se movió en otra dirección adquiriendo nuevas formas. Y si se transforma en algo inexplicable, inatrapable, escaparía a la comprensión científica. Pues para que el científico pueda seguir el fenómeno en su zigzagueante vitalidad, tendría que poseer él mismo, esa capacidad de captación instantánea en el presente o sea en tiempo real. Aquí nos planteamos el surgimiento de una nueva ciencia y por tanto de un nuevo científico. Aquel que se convierte en su propio foco de investigación en cuanto experimentador y captador de fenómenos. La ciencia pasa a ser él y no algo abstracto separado de sí mismo. ¿Qué quiero decir? Que es posible que estemos ante el advenimiento de un nuevo hombre de ciencia, en el que el objeto de estudio sea el propio investigador intentando comprender su objeto de estudio. La física cuántica está ingresando en este campo, pero sabemos que si el investigador no pasa por un proceso de transformación que implique la totalidad de su existencia, que acompañe el movimiento de lo vivo, no podrá contar con el instrumento de medición y comprensión por excelencia que es él mismo. ¿Cómo navegar en el fenómeno de lo vivo con una estructura perceptiva no flexible y sin el desapego suficiente como para abandonar al instante, hasta la propia explicación de lo que pasó? ¿Cómo ingresar en los fenómenos del presente manteniéndose en su fluir permitiendo que todo se mueva, si pretendo explicar? Explicar ya sería constelar pasado en el fenómeno. Por eso más que transmitir conocimiento el desafío sería prepararse para crear conocimiento. Y tal vez estemos ante el tímido advenimiento de una ciencia, que tenga más que ver con el arte que con otra cosa. Una especie de “cienciarte”, tal vez una nueva vuelta en el espiral evolutivo. Volvemos entonces al conocimiento animal, como base necesaria para navegar en el presente de los fenómenos, desde un conocimiento intuitivo-instintivo en que la racionalidad explicativa quede en un segundo plano (y para después si es que se quiere), relegada al movimiento del presente. De esta forma la información provendrá de sensores aún funcionales, aunque no privilegiados por el Homo Sapiens, que están más cerca del presente, que su propia mente actual. Esos sensores pertenecen al animal humano que habita en nosotros (como si pudiéramos captar desde el mismo Hara del que hablan los orientales). La recuperación de la sensorialidad animal permite conocer en tiempo real y da el poder de crear una respuesta rápida, que se anticipe a lo que viene. Ello dependerá de cuan libre esté el sujeto de las condicionantes de su domesticación mental-corporal. En este sentido, puede convertirse en un artista creador o en un repetidor mecánico de respuestas estereotipadas. Tal vez este sea un elemento clave a tener en cuenta en nuestra evolución como especie. ResponderReenviar



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