Hombre enlatado

Existe una consciencia profunda y eterna de no separación en cada ser, de tal forma que cualquier ataque a esa realidad profunda engendra una serie de mecanismos secundarios que desde el miedo proveniente de esa traición original, pasando por la culpa que genera ese ataque, puede derivarse incluso a una justificación ideológica de esa separación. Es así que todos los derivados del desamor pueden hacerse presentes como por ejemplo, la ambición de poder y la destrucción. Así nace el hombre enlatado.

Lo artificial se transforma en algo cotidiano que es vivenciado como lo natural y lo verdaderamente natural es experimentado como artificial o desconectado del sí mismo enlatado. La ambición de poder proviene de la insatisfacción provocada por la separación de sí, de la fuente original de cada uno, del verdadero poder que es el establecimiento de la plena capacidad de amar. Porque amar implica ceder al poder, al control y a la manipulación del otro como objeto de mis pretensiones. Implica abrirme a la transformación de mí mismo y del otro en el encuentro. No es algo que pertenezca a un individuo en sí sino que el verdadero poder es impersonal pues es reflejo de la fuente perpetua de sabiduría y conocimiento que puede pasar a través de la persona en tanto no la pretenda poseer. La ambición de poder se despierta como distorsión secundaria a la frustración del impulso primario de amor. Ser admirado, reconocido, aplaudido por el poder que se ostenta y no por lo que realmente se es. Es una especie de compensación y de búsqueda de satisfacción indirecta de algo que esencialmente no está satisfecho: el sentirse amado y amar.